Las trufas se clasifican dentro del reino fungi, son unos hongos que crecen debajo de la tierra. Podemos encontrar dos tipos de trufas: la trufa negra y la trufa blanca. La trufa negra se puede encontrar en mayor número y además se puede cultivar y contiene más fibra y menos carbohidratos que la trufa blanca, que es menos numerosa y no es posible llevar a cabo su cultivo, siendo bastante más cara que la negra.
Son los perros entrenados y los cerdos o jabalís los que encuentran estos manjares de la naturaleza por el aroma que desprenden las trufas cuando están maduras (que puede llevar unos 9 años en alcanzar este estado), ya que, son subterráneos y crecen bajo tierra a una profundidad variable de entre 10 y 50 cm. Aunque los expertos pueden percibir algunos signos curiosos de su presencia como que, por ejemplo, en la superficie del suelo que hay sobre la trufa no crece vegetación. La trufa se tiene que recoger con mucho cuidado usando cuchillos específicos para no dañar la zona.
La trufa suele crecer en suelos calizos y pedregosos, próxima a las raíces de árboles como robles, encinas o avellanos en zonas con clima principalmente montañoso. En Aragón (concretamente Teruel) es donde más se encuentra de forma silvestre y donde más se cultiva la trufa negra de invierno o tuber melanosporum en toda España. Precisamente es en nuestro país donde se obtiene hasta el 50% de toda la producción mundial.
Las trufas tienen un contenido nutricional similar al de las setas.
La trufa es un alimento rico en minerales, posee principalmente potasio, fósforo, yodo, selenio, hierro, calcio, magnesio y azufre. En cuanto a vitaminas, podemos destacar el contenido en vitamina C y en vitaminas del grupo B (con mayor cantidad de B2, B3 y B9)
Contienen poca cantidad de hidratos de carbono, prácticamente no poseen grasas, tienen gran cantidad de agua y rondan entre los 50 y las 90 kcal por cada 100 gramos.
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